
Si de un jardín botánico vamos a hablar, lo correcto sería escribir un bulevar con palabras prestadas de Mario Benedetti, A la izquierda del roble: “No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes/ ah pero las parejas que huyen al Botánico/se miran fanáticamente a los ojos/como si el amor fuera un brevísimo túnel/ y ellos se contemplaran por dentro de ese amor”. Eso. De la verde bendición que un jardín botánico representa debería tratar este bulevar, para hablar “de esos amores de tántalo y azar/que Dios no admite por porque tiene celos (…) Vos lo dijiste/ nuestro amor fue desde siempre un niño muerto”.
Pero, como en los atardeceres del botánico las flores tienen el poder de retornar del olvido a los amores impertinentes, mucho me temo que lo único que allí va a morir en las próximas semanas serán los once mil metros cuadrados de terreno, que un plan del ministerio de obras públicas (con la complicidad del ministerio de medio ambiente y el silencio del consejo de regidores del ayuntamiento)contempla utilizar para ampliar la avenida de Colombia.
Un crimen de lesa naturaleza. ¡Quién pudiera imaginarlo! El ejército terrorista de Israel mata de hambre a los niños de Gaza, mientras nosotros -un poco más civilizados- ejecutamos en masa a claveles, gladiolos, rosas rojas, -las tuyas-, orquídeas, el herbario completo y la parte izquierda del roble donde, según Benedetti, se sientan los enamorados a contarse lo que se cuentan los enamorados en el jardín botánico: “ayer llegó el otoño/ el sol de otoño/ y me sentí feliz/ como hace mucho/ Qué linda estás/ te quiero”.
La solución nada poética del gravísimo problema del tránsito no está, -no puede estar-, en la mutilación del jardín botánico, sino en la aplicación de cada una de las leyes que existen, lo que permitiría organizar el país, incluido el tránsito.
Por qué no decirlo, si es tan necesario hacerlo, si está entrando el mar: Sin autoridad, la barbarie será siempre una tentación inapelable. Matamos el jardín botánico mientras, por falta de autoridad, revivimos a Trujillo, el nostalgiado genocida… ahora tan venerado.
¡Cuidado, muy señores míos! Se inicia asesinando un jardín botánico y se termina fusilando lo que nos queda de orden en un país arrabalizado, “un niño muerto/ y qué verdad dura y sin sombra/ qué verdad fácil y qué pena”.