
Llegan las vacaciones escolares. Se cierran los cuadernos, se apagan los timbres, se guardan los uniformes… al menos para algunos. Para otros niños, comienza un nuevo ciclo de obligaciones: clases particulares impuestas, tareas acumuladas, repeticiones como castigo, y una agenda que sigue tan llena como en época de clases.
El verano se convierte así en una extensión de la escuela, pero sin amigos, sin recreos, sin disfrute. Todo por una frase que, aunque suena razonable, necesita repensarse: “tiene que recuperar”.
¿Recuperar qué, exactamente?
Cuando las vacaciones se usan como penalidad por no haber alcanzado las metas académicas, el descanso deja de ser un derecho para convertirse en una deuda. La psicóloga infantil Alicia Banderas advierte:
“La sobreexigencia durante el verano puede generar rechazo al aprendizaje, frustración acumulada y una baja autoestima difícil de reparar.”
Y es que descansar no es sinónimo de pereza. El descanso es una función vital, tanto para el cuerpo como para el cerebro. Catherine L’Ecuyer investigadora en educación y desarrollo infantil, autora del libro Educar en el asombro y referente en neuroeducación a nivel internacional, lo explica así:
“El silencio, el aburrimiento y el juego libre son necesarios para que el niño procese lo aprendido, cree conexiones internas y desarrolle su identidad.”
Educar también es equilibrar
Ahora bien, esto no significa que debamos promover la dejadez o la irresponsabilidad.
La infancia también implica aprender que hay consecuencias, que los actos tienen peso, y que la constancia es una virtud que se cultiva. Pero el punto está en el cómo y el cuándo.
El niño debe asumir su cuota de responsabilidad, sí, pero no a costa de su salud emocional, de su derecho a jugar, de su tiempo para reconectar con la vida más allá de lo escolar. Porque llegar al próximo año sin haber desconectado puede causar el efecto contrario: agotamiento, desinterés, resistencia o incluso ansiedad escolar.
Bruce Perry, experto en desarrollo cerebral infantil, afirma que:
“Los cerebros en crecimiento no aprenden bien bajo presión constante. Necesitan pausas, vínculos seguros y experiencias positivas que estimulen sin abrumar.”
¿Qué pueden hacer los padres?
1. Iniciar el verano con verdadero descanso.
Las primeras semanas deben ser para dormir mejor, jugar, compartir en familia, reír y hacer lo que durante el año no se pudo.
2. Si se necesita refuerzo, que sea breve y significativo.
No se trata de repetir contenidos de forma mecánica, sino de buscar formas lúdicas y naturales de repasar: leer juntos, usar juegos educativos, practicar operaciones en la vida cotidiana, escribir cartas, contar historias.
3. Evitar el lenguaje punitivo.
Frases como “tú no tienes derecho a vacaciones” o “te quedaste porque no hiciste nada” no motivan: hieren. La palabra también marca, para bien o para mal.
4. Acompañar desde el amor, no desde la presión.
La mejor recuperación es la que ocurre cuando el niño se siente valorado, no cuando se le hace cargar con el peso de los cuadernos y libros.
Las vacaciones no son un privilegio que se gana por calificaciones. Son un tiempo necesario para crecer por dentro, sin la rigidez del horario ni la exigencia constante. Aprender a descansar también forma parte de la formación integral.
Porque sí, querido padre, el descanso también educa.
Y muchas veces, es en la pausa donde los niños encuentran la fuerza para volver a comenzar.
¿Y tú qué opinas?
¿Crees que las vacaciones deben usarse para recuperar lo que no se aprendió durante todo el año?