
Me preocupa.
Y no por nostalgia o resistencia al cambio, sino por amor a lo que somos capaces de ser como seres pensantes.
Me preocupa que muchos jóvenes hoy ya no quieran pensar. Que prefieran —casi por reflejo— escribir cualquier cosa en una plataforma como ChatGPT o Google, esperando que la respuesta esté lista en segundos. Que, ante una lectura, no lean. Que, ante un libro, busquen el resumen. Que, frente a una pregunta, no se hagan más preguntas.
Parece que lo importante ya no es comprender, sino resolver. No es procesar, sino entregar. No es aprender, sino salir del paso. Y eso, aunque cómodo, nos empobrece.
No se trata de demonizar la inteligencia artificial. De hecho, reconozco y valoro sus ventajas. Soy testigo de cómo puede ayudar a organizar ideas, traducir textos, resumir conceptos complejos y abrir caminos para aprender mejor. Pero el problema no está en la herramienta. Está en el uso que hacemos de ella.
Me duele ver a estudiantes que ya no quieren luchar con una idea. Que pierden la paciencia cuando una lectura es densa. Que no toleran el esfuerzo de escribir un texto desde cero porque “ya hay uno hecho en internet”. Como si el pensamiento fuera un trámite, no un privilegio.
Pensar incomoda. Leer cansa. Reflexionar exige tiempo. Pero eso es justamente lo que nos distingue: la capacidad de conectar, de entender, de dudar, de argumentar. No se trata de “resolver por resolver”, sino de vivir el proceso de comprender. Ahí está el verdadero aprendizaje.
El pensamiento crítico no es un lujo del pasado. Es una necesidad del presente. Y será la única defensa en un mundo que, con tantos datos, puede terminar volviéndose superficial.
La investigadora Stefania Druga (Google DeepMind) advierte que muchos jóvenes ya no usan la IA para aprender, sino para “terminar más rápido”, y eso limita el desarrollo de la creatividad y el juicio. El rector Jacques Frémont, por su parte, nos recuerda: “Si la gente deja de pensar por sí misma y confía solo en lo que la máquina le da, dejará también de aprender”.
Philip Dybvig, Nobel de Economía, va más allá: “Debemos enseñar a los estudiantes a cuestionar lo que reciben de la IA. Si no hay pensamiento crítico, el conocimiento se vuelve débil y manipulable.”
No temo que la IA le gane al cerebro humano.
Temo que, por comodidad, el cerebro humano deje de usarse.
Y entonces no ganará la máquina. Habremos perdido nosotros.
¿Y tú, en tu vida cotidiana o en tu entorno educativo, estás usando la inteligencia artificial para evitar pensar o para pensar mejor?
Por Jenny Henríquez