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No es progreso si caminamos lejos de Cristo

Jenny Henríquez
Jenny Henríquez
30 junio, 2025 - 11:50 AM
5 minutos de lectura
No es progreso si caminamos lejos de Cristo
Vida Eterna
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“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?”

— Marcos 8:36

Vivimos en un tiempo donde la humanidad parece haberlo alcanzado todo, menos la paz. La tecnología avanza, la inteligencia artificial toma protagonismo, los discursos sobre libertad y progreso se multiplican… y sin embargo, dos países se destruyen entre sí mientras el resto del mundo asiste como espectador. Las bombas no solo caen sobre ciudades, también sobre la dignidad humana, sobre el alma colectiva.

¿Podemos seguir llamando a esto “progreso”?

La respuesta no está únicamente en la política, ni en los tratados internacionales, ni en los discursos. Está en lo que hemos desplazado del centro: a Cristo.

Nos hemos llenado de todo, menos de Dios. Y cuando se borra a Cristo del mapa humano, se pierden las coordenadas del amor, del perdón, de la vida.

Hoy se vive más deprisa que nunca. Se publica, se consume, se gana visibilidad… pero, ¿se gana paz? Hay más logros, pero menos sentido. Más conexión, pero menos comunión. Más derechos, pero menos responsabilidad. Decimos avanzar, pero algo nos arrastra al vacío.

¿Eso es progreso?

La humanidad celebra lo superficial y deshecha lo sagrado. Se exalta al que grita más fuerte, al que se expone más, al que presume su independencia de todo y de todos, incluso de Dios. Pero nada se sostiene cuando el alma queda al margen.

Cristo no es una idea antigua, ni un accesorio devocional. Es la Verdad que da sentido a todo lo demás. Sin Él, se avanza por avanzar, se vive sin raíz, se ama con miedo, se educa sin esperanza.

Y lo vemos: guerras sin fin, hogares fragmentados, jóvenes perdidos, niños criando niños. Cada día parece una batalla por sobrevivir en medio de un mundo que ha olvidado a quién pertenece.

La ausencia de Dios no es neutra. Tiene consecuencias. Y la más grave es el endurecimiento del corazón humano, que ya no llora por lo que debería dolerle.

Volver a Cristo no es negar el avance, es humanizarlo.

No es quedarnos atrás, es saber hacia dónde vamos.

Es volver al origen para construir futuro.

Porque si lo que llamamos "progreso" no incluye al prójimo, no sana, no edifica y no honra a Dios, entonces, no es progreso. Es solo una apariencia que tarde o temprano se desmorona.

Y mientras el mundo sigue su carrera, Cristo sigue esperando.

En las ruinas de un hogar, en el aula donde un niño llora sin hablar, en el campo donde una madre entierra a su hijo, en el alma de quien ya no cree.

Él no ha dejado de buscar.

Somos nosotros los que nos alejamos.

Hoy, más que nunca, necesitamos volver a Cristo. No con discursos vacíos ni rituales automáticos, sino con el alma abierta, el corazón dispuesto y la vida rendida.

Que cada decisión, cada ley, cada aula, cada familia y cada proyecto de nación vuelva a tener su fundamento en Él.

Porque un futuro sin Cristo no es progreso.

Es solo un espejismo que nos aleja, nos divide y, al final, nos destruye.

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