Miradas cómplices

No he visto la llamada Casa de Alofoke en su totalidad, ni pienso hacerlo. Sé que no verla no me otorga autoridad ni moral superior, pero quiero pertenecer a la minoría que decide mirar más allá del espectáculo vacío. Los fragmentos que saturan las redes bastan: gritos, insultos y multitudes despiertas en la madrugada, atentas a la degradación ajena convertida en espectáculo.

El verdadero problema no es lo que ocurre dentro, sino la multitud que lo celebra. Hemos elevado la vulgaridad al rango de cultura, hemos hecho viral la bajeza y transformado en tendencia lo grotesco.

Con cada clic hemos legitimado la idea de que el escándalo constituye mérito y que la fama puede erigirse sobre la ruina de la dignidad. No son solo los jóvenes quienes participan de esta farsa: también los adultos que consumen, difunden y aplauden, sin reparar en que su atención es el aplauso que sostiene el show.
Esa “casa” no es entretenimiento inofensivo: es un espejo incómodo. Nos revela como una sociedad que se distrae con lo trivial mientras convive con hogares fracturados por la violencia, con casas sin techo ni pan, con familias que claman libros, dignidad y esperanza.

Son esas las casas que deberían ocupar el centro de nuestra conciencia colectiva, y sin embargo las relegamos para volcar nuestra mirada en un circo mediático que nada construye.
Una casa debería ser emblema de valores, escuela de convivencia y espacio de crecimiento. Esta, en cambio, se ha convertido en el escaparate de nuestra renuncia: renuncia a la altura cultural, renuncia a la exigencia de calidad, renuncia a la responsabilidad común.

Hemos aplaudido lo trivial hasta convertirlo en viral, mientras permanecen invisibles las casas que verdaderamente importan.

Lo urgente no es lo que ocurre entre esas paredes televisadas, sino lo que revela de las nuestras: una sociedad que confunde, ya lo dije, morbo con cultura, degradación con entretenimiento y escándalo con éxito. Mientras usted llega agotado a su trabajo, ese espectáculo engorda fortunas a costa de su desvelo e ingenua complacencia.