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La sombra borgiana de República Dominicana

Pero tened cuidado. No todo puede ser bullanguera alegría. Así como al bardo porteño “lo persiguió siempre la sombra de haber sido un desdichado”, a los dominicanos, el crepúsculo que siempre nos ha perseguido ha sido la tutela imperial de Estados Unidos, que en 1930 nos montaron a Trujillo.

Pablo McKinney
Pablo McKinney
21 noviembre, 2025 - 8:32 AM
4 minutos de lectura

En su celebrado poema El remordimiento, Jorge Luis Borges se confiesa: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer: No he sido feliz. (…) Me legaron valor. No fui valiente. No me abandona. Siempre está a mi lado. La sombra de haber sido un desdichado”.

Contrario a Borges, a los dominicanos es nuestra ancestral vocación para la alegría, la que nos permite hacer de nuestras penas un merengue.

Si lo dudan, escuchen el lamento de estas letras: “Ay, siña Juanica, de por Dios, caramba, ombe, se me muere el niño y no tengo medicina, tengo un gallo bolo y la puerca polanchina, por cuatro reales yo se los doy, siña Juanica”. Y con qué alegría bailamos nosotros los dominicanos ese merengue.

Pero tened cuidado. No todo puede ser bullanguera alegría. Así como al bardo porteño “lo persiguió siempre la sombra de haber sido un desdichado”, a los dominicanos, el crepúsculo que siempre nos ha perseguido ha sido la tutela imperial de Estados Unidos, que en 1930 nos montaron a Trujillo, hasta que, también con su apoyo, unos hombres con H grande e inmensos “jardines colgantes de Babilonia”, lo enfermaron a balazos para, en 1966 y sólo después de propiciar el derrocamiento del gobierno democrático de quien hoy sigue siendo el presidente moral de los dominicanos, don Juan Bosch, colocarnos “en el trono del mando y del castigo” a su delfín más ilustrado y cínico, “y los gorilas volvieron a sus puestos”, ¡ay!, que cantó Neruda en un versainograma dedicado al heroico pueblo dominicano.

Los siniestros doce años transcurrieron entre asesinatos, cárcel y tortura, hasta que no quedó nadie más a quien asesinar o apresar.

En 1978, José Francisco Peña Gómez convenció a los liberales de Washington de que el PRD no era un peligro para sus intereses, y así fue.

En 2019, una llamada imperial y otros duros juegos permitieron sacar al PLD del poder (que antes habían sido santificado por ellos), lo que llevó al Palacio Nacional a un joven Luis Abinader, cuyos planes reformadores no serían posibles sin la protección y visto bueno de los místeres.

A Jorge Luis Borges no le abandonó nunca “la sombra de haber sido un desdichado”. A la República Dominicana le ha perseguido siempre, -desde el 12 de octubre de 1492 exactamente-, la maldición de ser la americana frontera de todos los imperios.

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