La sociedad de la desconfianza

Es la sociedad del miedo y la mentira venerada a la que ahora llamamos “verdad alternativa”. Ya no solo vivimos en la sociedad de la desinformación y la confrontación, sino también y sobre todo en la Era de la desconfianza. Desconfianza hacia casi todo, pero sobre todo hacia los actores, protagonistas e instituciones de la democracia.

Aumenta la desconfianza y otra vez el lamento, otra vez Santa Bárbara aclamada sólo porque truena; y ante el Dios trueno de la muerte, la sociedad dominicana siente miedo. Eso. Que somos la sociedad del miedo, líquido -como el que anunciara Bauman en sus temores sociológicos-, o miedo en helado, como los Capri de la Hostos de nuestras nostalgias. Somos la sociedad del miedo y la desconfianza, ya dije.

Desde 2015, nuestra desconfianza sólo se detiene ante los templos religiosos, (iglesias, sinagogas), y no por los obispos, pastores, reverendos, imanes o ayatolas, sino por el dios que anuncia cada religión y aún sin saberlo lleva cada quien en sí mismo. Al fin, todo hombre necesita creer en algo para ir tirando: el dios de alguna religión, la mano amiga de un Buda, o la posibilidad cierta de volver a cabalgar en la ternura insospechada de su vientre, amén.

Repasando encuestas confirmo que además de confiar en las religiones, la gente confía en los banqueros (que no es lo mismo que ser dueño de bancas). Parece una contradicción, pero tiene sentido. Y es que si Occidente ha confundido el parecer con el tener y el tener con el ser, y el dinero ya no es un medio para alcanzar el bien común, sino un fin en sí mismo, es lógico que el ciudadano, caminando vencido entre mil utopías fracasadas, mire hacia lo único que confía podría salvarle (vana ilusión). Hablo del dinero, que es precisamente lo que tienen para administrarnos y prestarnos los señores. (Lo malo de los banqueros es que para prestarnos dinero, primero debemos demostrarles que no lo necesitamos. Garantías).

En nuestros países, la desconfianza ha pasado a ser parte de nuestra identidad, lo que es grave. Pues si el ciudadano de una sociedad no confía en el otro, en sí mismo, ni confía en las instituciones que deben regular sus actividades, ofrecerles servicios públicos y ejecutar el Contrato Social que resume la Constitución para impedir la barbarie, ¿hacia dónde, entonces, marcha esa sociedad? “Pa’ dónde va el buey que no ara”.