x
Síguenos
Denuncias aquí (809) 762-5555

La reunión del 12 sobre 10

El reciente encuentro, más allá de lo simbólico, representa el poder de las dos principales superpotencias, que se debaten en una guerra de seguridad, comercial y tecnológica para imponer su visión de un nuevo orden global cada día más caótico.

Julio Alberto Martínez
Julio Alberto Martínez
3 noviembre, 2025 - 1:00 PM
7 minutos de lectura

Esa fue la nota con la que el presidente Trump, mandatario de Estados Unidos, calificó —en una escala del uno al diez— la reunión que sostuvo con Xi Jinping, presidente de China, en la ciudad surcoreana de Busán. Desde que el mundo es mundo, Tucídides afirmó que el fuerte hace lo que puede y el débil sufre lo que debe. Una cruda y ruda demostración de realismo que guía a las grandes potencias en sus ambiciones imperiales a devorar a las pequeñas. En pocas palabras, como dice el sabio refrán español, el pez grande se come al chiquito.

Sin embargo, el reciente encuentro, más allá de lo simbólico, representa el poder de las dos principales superpotencias, que se debaten en una guerra de seguridad, comercial y tecnológica para imponer su visión de un nuevo orden global cada día más caótico. En este contexto, no podemos hablar de peces chiquitos. De continuar por esa senda bélica y comercial, el resultado de devorarse uno al otro sería catastrófico para el mundo.

Quizás esa sea la razón por la que los mercados han reaccionado con alivio ante un encuentro que aligera las tensiones geopolíticas de las dos principales economías del mundo. A decir de Xi Jinping, el rejuvenecimiento de China —su principal doctrina— no es excluyente de la filosofía de Trump de hacer que América vuelva a ser grande: “Siempre he creído que el desarrollo de China va de la mano con su visión de hacer que EE. UU. vuelva a ser grande”, le dijo a Trump.

Ambos mandatarios se quitaron el traje ideológico y actuaron como estadistas al sentarse a la mesa del diálogo y la cooperación, alcanzando frágiles acuerdos mínimos que pudieran iniciar —en el más remoto de los sueños— un camino más resistente a los arrebatos coyunturales; o, por lo menos, eso esperamos.

La reducción en diez puntos porcentuales de la tarifa arancelaria para las importaciones chinas —vinculadas al fentanilo e impuestas por Trump el Día de la Liberación—, junto con el levantamiento de la suspensión china de exportaciones de tierras raras a Estados Unidos y de la compra de soja estadounidense, permitirá aligerar las tensiones de una economía mundial que, aun después de la pandemia de COVID-19, no ha logrado recuperar su tasa de crecimiento global. Esta incertidumbre, provocada por los aranceles, ha obligado a los mercados y a los organismos financieros internacionales a reducir en varias ocasiones sus proyecciones de crecimiento y a coexistir en medio de una volatilidad permanente.

Estados Unidos, sin embargo, apuesta a una política industrial y de nacionalismo económico para desarrollar su aparato productivo —fomentar el made in USA— e intentar reducir un déficit comercial que en 2024 ascendió a 918.000 millones de dólares.

Desde la época de Deng Xiaoping, China ha apostado por una visión de “reforma y apertura” que la convirtió en la locomotora del crecimiento económico global por décadas, con una tasa promedio del 10 % de su producto interno bruto. Aunque el sector inmobiliario se ha desplomado en más de un 70 % bajo el mandato de Xi, el gigante asiático ha visto su economía ralentizarse; sin embargo, resiste con resiliencia los embates comerciales y construye estrategias de desarrollo a largo plazo.

En contraste, a pesar de que la democracia ofrece atractivos —como el Estado de derecho, la libertad de expresión, el respeto a los derechos humanos, la alternabilidad en el poder, las negociaciones, el consenso, la independencia de los tres poderes del Estado y la regla de las mayorías—, una de sus debilidades radica en los ciclos electorales volátiles. Esta dialéctica de tesis y antítesis, aunque enriquece el debate, genera vaivenes que llevan a los nuevos mandatarios a cambiar radicalmente las políticas. La falta de continuidad de Estado, las persecuciones judiciales y la erosión del sistema desde dentro hacen más pesada la competencia externa en un mundo multipolar que impone sus propias reglas.

Trump puede presentarse, hasta el momento, como un gran negociador: logró sentar a un sucesor de Mao que había esquivado con inteligencia la imposición de aranceles y que controla el monopolio de las tierras raras, con 44 millones de toneladas métricas. El presidente de EE. UU. sabe que, para hacer America Great Again, Estados Unidos necesita liderar las cuatro dimensiones clave del poder global según Zbigniew Brzezinski: militar, económico, tecnológico y cultural. La cordialidad exhibida frente a Xi Jinping, evidentemente, va en ese propósito.

Más Vistas