En el marco del octogésimo aniversario de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el presidente Donald Trump hizo referencia a la lucha que está librando su Gobierno en contra de los cárteles de la droga que, vía marítima, están inundando el territorio norteamericano.
Desde inicios de su segundo mandato firmó la Orden Ejecutiva 14157, titulada “Designación de Cárteles y otras Organizaciones como Organizaciones Terroristas extranjeras”, en la cual designó al Tren de Aragua (TDA) y a la Mara Salvatrucha (M-S13), por el peligro que representaban esos cárteles para la seguridad y la salud de los estadounidenses.
Posteriormente, el Departamento de Estado designó al Cártel de los Soles como un grupo terrorista y la CIA incrementó la recompensa de 25 a 50 millones de dólares para quien diera información sobre el paradero de Maduro, a quien las autoridades consideran cabecilla de grupos criminales.
Al desplegar ocho buques de guerra, aviones de vigilancia y de ataques, un submarino y más de cuatro mil marines fuertemente armados, en contra de los cárteles en el sur del Caribe, cerca de la costa de Venezuela, Trump está siendo coherente con una de las principales causas que tradicionalmente ha empujado su base electoral. Se comprometió desde la campaña en el llamado Rust-Belt (El cinturón del óxido) en los territorios -nordeste y medio oeste- más golpeados por la desindustrialización y el veneno de las drogas. Los datos no mienten; solo en 2024 se registraron cerca de 300,000 muertes por culpa del fentanilo y otras drogas, dijo en su alocución en la ONU. A su vez, la sobredosis de droga es una de las principales causas de muerte entre estadounidenses de 18 a 45 años, en 2022 murieron 107,888 personas. Además, la llamada “droga zombie”, el fentanilo, ha matado más personas que las guerras de Vietnam, Iraq y Afganistán juntas
La presencia militar en el Caribe puede entenderse, por un lado, como una respuesta a la crisis de salud pública y como una medida coherente con las promesas de campaña dirigidas a su base electoral. Sin embargo, esa demostración de “hardpower”, evoca heridas históricas de una región que desde Cristóbal Colón hasta Nicolás Maduro -parafraseando a Bosch-, sigue siendo una frontera imperial.
Para muestra un botón, observemos lo que ocurrió con el Canal de Panamá: desde el triunfo electoral de Theodore Roosevelt bajo el lema del “Canal por el Itsmo” en 1900, cuando Panamá no era ni siquiera un país, sino una provincia de Colombia, hasta la anulación del memorándum de entendimiento de “La Ruta de la Seda” entre el presidente panameño Mulino y el presidente de China Xi Jinping, a principios de febrero del presente año, ha pasado más de un siglo.
En ese sentido, esas fuerzas militares en el Caribe constituyen un mensaje clarísimo a los países alineados a Venezuela de que no se permitirá que en las turbulentas aguas del patio trasero continúe penetrando la influencia económica y geopolítica de su principal rival: China. Mucho menos los miembros del “eje del mal” Rusia e Irán. Aliados estratégicos del régimen chavista en términos militares y energéticos que cada día tienen más influencia en el país suramericano y que le ha permitido al régimen ilegítimo de Maduro eludir las sanciones económicas impuestas por los Estados Unidos.
Sin embargo, no podemos obviar que Venezuela cuenta con la mayor reserva petrolera del mundo, superando los 395,000 millones de barriles de crudo. Lo que la convierte en una pieza clave del tablero de ajedrez geopolítico y, continuando con el profesor, en "objeto de la codicia de las grandes potencias".
¿Podrá sostenerse la doctrina Monroe en el nuevo orden mundial, donde potencias emergentes desafían el control de Estados Unidos en la región?