
En 2012, la India sufrió el apagón más grande registrado en la historia moderna, que dejó sin electricidad a más de 700 millones de personas, lo que equivalía entonces a casi el 10 % de la población mundial.
El colapso paralizó gran parte de la actividad económica y social del país y mostró lo vulnerable que puede ser la infraestructura energética cuando ocurren fallos críticos.

Los expertos señalan que este tipo de crisis no siempre son producto de grandes catástrofes, sino de fallos mínimos que desencadenan reacciones en cadena. Un ejemplo similar ocurrió en 1998 en Auckland, Nueva Zelanda, donde la sobrecarga de un solo cable eléctrico derivó en un corte prolongado que afectó partes de la ciudad durante 66 días.
En América Latina también se han registrado colapsos eléctricos de gran escala. En marzo de 2019, Venezuela enfrentó un apagón que dejó a más de 30 millones de personas sin luz durante varios días. Ese evento se atribuyó a fallas en la central hidroeléctrica de Guri, la principal del país.
Estos apagones reflejan la dependencia global de la electricidad y la fragilidad de las redes que la sostienen. Para los especialistas, fortalecer la infraestructura y prever planes de contingencia son claves para evitar que pequeños fallos desemboquen en crisis nacionales.