Da vergüenza iniciar una columna con la necesidad de dejar establecido que los haitianos negros y pobres son seres humanos. El papa León XIV, -peruano nacido en Chicago-, podría echarnos una mano haciendo recordar en los templos la condición humana de los pobres, aunque sean negros (muy negros), haitianos o dominicanos.
Desde el punto de vista de los derechos humanos es muy serio lo que ocurre, y es que en el país está “IN” odiar a los haitianos, lo que plantea una gran contradicción, pues queremos que sus manos siembren y construyan la nación, pero nos indignamos porque sus hijos estudian aquí, y en nuestro hospitales paren sus mujeres.
Nuestros diarios publican el número de partos de haitianas como si fuera una denuncia, obviando su aporte al PIB a través de los sectores construcción y agropecuario. Los necesitamos hasta para cuidar a nuestros hijos, “celar” y limpiar nuestros apartamentos, pero al mismo tiempo nos preocupa verlos caminar por las ciudades, “afeando” nuestras calles con su negritud a cuestas y su pobreza al lado.
El tema haitiano ha sido la suma de todas las irresponsabilidades y oportunismos en ambos lados de la frontera. Por suerte, los sectores productivos necesitados de esa mano de obra han puesto número a sus requerimientos. Y es que, sin importar la eficiencia y agilidad con que el BANDEX esté trabajando el tema de la financiación para la mecanización de las labores agrícolas o de la construcción, esa no es cosa de seis meses ni ocho güikén.
Por todo esto, debemos organizar la migración sin odio, xenofobia, ni complejo de mulato disimulado. Nada más y nada menos que mulatos somos.
Se carnetizan los que necesitamos, se somete a la justicia a los que contraten extranjeros (“apretando” las leyes), se cancela de por vida y deshonrosamente a todo empleado del Estado, civil o militar, miembro de las mafias, y se inicia un serio programa de integración inspirado en la doctrina social de la Iglesia, el humanismo laico y la compasión budista, que entre otras tantas cosas tendrá la dulce encomienda de integrar al extranjero a nuestra sociedad y demostrarles científicamente “a quien corresponda”, que sí, que los haitianos negros y pobres -y también los dominicanos pobres y muy negros-son seres humanos.
Seres humanos y hasta tanto alguna secta partidaria o religiosa demuestre lo contrario, también son hijos e hijas de Dios.