
La ofensiva arancelaria impulsada este año por el presidente estadounidense, Donald Trump, ha introducido un elevado nivel de incertidumbre en los mercados internacionales, ha afectado el poder adquisitivo de los consumidores en Estados Unidos y ha tensionado el sistema de comercio global que ha predominado durante décadas.
El mandatario republicano, que ya había aplicado políticas proteccionistas en su primer período presidencial (2017-2021), anunció el pasado 2 de abril un amplio paquete de aranceles con el objetivo declarado de reducir el déficit comercial, aumentar la recaudación fiscal y estimular el retorno de industrias deslocalizadas al territorio estadounidense.
En esa fecha, la Casa Blanca impuso gravámenes a más de 180 países, incluidos socios tradicionales de Washington, estableciendo un arancel general del 10 % y tasas adicionales —denominadas “recíprocas”— más elevadas para economías con grandes superávits comerciales frente a Estados Unidos.
La reacción negativa de los mercados financieros llevó a la administración Trump a moderar su postura inicial. Tras varios días de volatilidad, el Gobierno suspendió los aranceles adicionales y abrió un proceso de negociación que derivó en acuerdos con varias de las principales economías, manteniendo los gravámenes finales en torno al 10 % a cambio de concesiones comerciales y de inversión.
En el caso de la Unión Europea, los compromisos incluyeron mayores compras de gas y petróleo estadounidenses y nuevas inversiones en ese país. Japón, por su parte, aceptó abrir su mercado a más productos agrícolas de EE. UU. y realizar inversiones significativas en sectores estratégicos como energía, semiconductores y construcción naval.
El escenario con China fue distinto. Pekín respondió de inmediato al arancel del 34 % anunciado por Washington, lo que desencadenó una escalada que llevó los gravámenes estadounidenses sobre productos chinos hasta el 145 % y los impuestos chinos sobre importaciones de EE. UU. al 125 %. Tras intensas negociaciones y un encuentro entre Trump y el presidente Xi Jinping, ambas potencias acordaron una tregua que dejó los aranceles promedio en rangos de 29 % a 48 % para China y de 30 % a 35 % para Estados Unidos.
Especialistas advierten que esta pausa no resuelve el conflicto de fondo. Analistas como Julian Evans-Pritchard, de Capital Economics, y Rafael Loring, de Cesce Research, coinciden en que la disputa refleja profundas diferencias estructurales y modelos económicos divergentes, y que el mundo avanza hacia una mayor fragmentación comercial entre bloques liderados por Washington y Pekín.
Organismos internacionales alertan de que esta confrontación ha contribuido a un menor crecimiento económico, mayores presiones inflacionarias y una reconfiguración de las cadenas globales de suministro. En ese contexto, la Organización Mundial del Comercio redujo su previsión de crecimiento del comercio mundial para 2026 al 0,5 %, muy por debajo del 1,8 % estimado previamente.
Finalmente, el panorama se complica aún más ante la posibilidad de que el Tribunal Supremo determine que parte de los aranceles fueron impuestos de forma ilegal, lo que podría obligar a Washington a devolver entre 140.000 millones y un billón de dólares a exportadores afectados, según diversas estimaciones.