Entre el calor que quema y el polvo que enferma: una advertencia que va más allá del clima

Como si no bastara, el cielo también se ha vuelto pesado. La llegada del polvo del Sahara ha sumado opacidad a nuestros días y amenazas a nuestros pulmones. Las partículas han cubierto el país con concentraciones elevadas, afectando la calidad del aire y la salud de miles. Los expertos han advertido que estas nubes de polvo no son una rareza pasajera, sino fenómenos cada vez más frecuentes, más densos, más agresivos.

 Hace semanas que en República Dominicana el calor dejó de ser una incomodidad y se convirtió en una carga física y emocional. Según datos recientes, hemos alcanzado temperaturas de hasta 38 °C en varias regiones del país, con sensaciones térmicas que superan los 41 °C en zonas urbanas como Santo Domingo. Dormir cuesta. Respirar cansa. Y aunque parezca exagerado— se ha vuelto una tarea agotadora.

Como si no bastara, el cielo también se ha vuelto pesado. La llegada del polvo del Sahara ha sumado opacidad a nuestros días y amenazas a nuestros pulmones. Las partículas han cubierto el país con concentraciones elevadas, afectando la calidad del aire y la salud de miles. Los expertos han advertido que estas nubes de polvo no son una rareza pasajera, sino fenómenos cada vez más frecuentes, más densos, más agresivos.

El impacto no es el mismo para todos. Las personas que viven con asma, rinitis o alergias respiratorias están enfrentando una crisis dentro de la crisis. Cada inhalación en estos días no es solo incómoda: puede ser peligrosa. El polvo, compuesto por partículas finísimas de sílice, hierro, arcilla y otros elementos del suelo del Sahara, viaja miles de kilómetros hasta posarse en nuestras calles y en nuestros pulmones. Para quienes ya tienen condiciones respiratorias, el aire se ha vuelto una trampa. Una carga invisible que arde en la garganta, cierra el pecho y deja sin aliento incluso a los más jóvenes.

Y, aun así, seguimos tratando el tema como si fuera un simple comentario de sobremesa. Hacemos memes, lanzamos quejas al aire y nos adaptamos con abanicos, botellas de agua y resignación. Pero el calor que sentimos no es solo térmico, y el polvo que respiramos no es solo mineral. Ambos son advertencias. Son la forma en que el planeta —y la vida misma— nos está diciendo que algo anda mal. Y que ya no basta con soportar: hay que despertar.

Porque lo que hoy cae sobre nuestras cabezas comenzó mucho antes. Lo que sentimos en la piel y en la garganta tiene raíces en nuestras decisiones colectivas: deforestación, urbanismo desmedido, hábitos de consumo insostenibles, desinterés por la educación ambiental. No es casualidad que vivamos en alerta mientras seguimos comportándonos como si todo fuera parte del paisaje caribeño.

Pero el polvo del Sahara no es paisaje. Es consecuencia. Y el calor no es solo verano. Es síntoma. Nos urge entender que la crisis climática no es futura ni ajena: ya llegó. Se manifiesta en cada siembra que no florece, en cada noche en vela, en cada niño que no puede dormir porque el calor lo asfixia. Y, sin embargo, el acostumbramiento sigue siendo la gran epidemia silenciosa.

No es el momento de resignarse, sino de crear conciencia. De hablar del tema con responsabilidad, de enseñarlo en casa, de compartirlo con seriedad. Cada pequeña acción —por mínima que parezca— suma o resta. Mientras tanto, resistimos. Con mascarillas, sombrillas, oración y cansancio acumulado. Pero resistir no basta si no hay conciencia. Lo que necesitamos no es solo alivio: es cambio.

¿Y tú, qué piensas?

¿Estamos despertando realmente ante esta realidad,

o también te estás acostumbrando al calor y al polvo como si fuera normal?