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En las últimas semanas, un inquietante debate ha ganado fuerza en los círculos políticos y sociales de Estados Unidos: la creciente influencia de una élite tecnológica que, según algunos, amenaza con rediseñar los cimientos democráticos del país. Las recientes declaraciones del presidente Joe Biden y las nominaciones de figuras emblemáticas del sector tecnológico por parte del presidente electo Donald Trump subrayan una realidad que Yanis Varoufakis denominó “tecnofeudalismo” en su provocador libro Technofeudalism: What Killed Capitalism.
Varoufakis argumenta que el capitalismo, tal como lo conocíamos, ha sido sustituido por un sistema dominado por plataformas digitales y rentas tecnológicas, donde las grandes empresas como Amazon, Google o SpaceX actúan como los nuevos “señores feudales”. En este modelo, los ciudadanos no son libres participantes de mercados competitivos, sino “siervos digitales”, cuyas interacciones en línea generan riqueza para una élite cada vez más poderosa.
Este concepto parece encontrar eco en las palabras del presidente Biden, quien recientemente advirtió sobre la formación de una “oligarquía de extrema riqueza, poder e influencia” que pone en peligro los derechos básicos y la democracia misma. En su discurso, Biden mencionó la amenaza de un “complejo industrial tecnológico ultrarrico” que podría obtener un control sin restricciones sobre la vida de los estadounidenses.
En contraste, el presidente electo Donald Trump parece estar apostando por una colaboración directa con esa élite tecnológica que Biden denuncia. Entre los nombramientos más destacados de su administración entrante están:
Elon Musk, CEO de Tesla y SpaceX, designado como líder del Departamento de Eficiencia Gubernamental.
David Sacks, exejecutivo de PayPal, nombrado “Zar de Inteligencia Artificial y Criptomonedas” de la Casa Blanca.
Vivek Ramaswamy, multimillonario y empresario biotecnológico, codirigirá junto a Muskla reestructuración de la burocracia gubernamental.
Estas figuras no solo representan el poder económico, sino también una visión empresarial del gobierno que busca reducir la regulación y priorizar la innovación tecnológica. Sin embargo, este enfoque plantea preguntas fundamentales sobre el equilibrio de poderes en una democracia: ¿hasta qué punto estas alianzas consolidan el tecnofeudalismo del que advierte Varoufakis?
En el tecnofeudalismo, las plataformas digitales no solo son actores económicos, sino que también controlan la infraestructura política y social. Desde la manipulación de datos personales hasta la vigilancia masiva, estos “señores feudales” tienen la capacidad de influir en elecciones, moldear narrativas y monopolizar recursos esenciales para la vida moderna.
Biden y Varoufakis coinciden en señalar el peligro de esta concentración de poder. La diferencia es que, mientras Varoufakis propone democratizar las tecnologías y crear plataformas cooperativas, la administración entrante de Trump parece estar abrazando esta dinámica, integrando a estas figuras al corazón del poder gubernamental.
El contraste entre las posturas de Biden y Trump subraya la polarización de Estados Unidos frente al avance del tecnofeudalismo. Por un lado, se pide mayor regulación para proteger la democracia; por el otro, se fomenta una colaboración directa con la élite tecnológica para impulsar la eficiencia gubernamental.
El debate no es trivial. Estamos ante un momento histórico en el que el poder de las plataformas tecnológicas podría consolidarse de manera irreversible o, por el contrario, someterse a nuevas reglas que prioricen el bienestar colectivo sobre la acumulación de poder.
En palabras de Yanis Varoufakis: “El tecnofeudalismo no solo explota, sino que condiciona nuestras decisiones”. La pregunta que queda es si los ciudadanos estadounidenses, y del mundo, podrán recuperar el control de su destino en un sistema que parece diseñado para mantenerlos atrapados en la nube.