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El país que hoy piensa en Stephora

Nadie narra lo que significa entregar a una hija por la mañana, peinarle el cabello, ajustarle el uniforme, recordar la merienda y despedirse con esa confianza básica —y tan frágil— de que regresará

Jenny Henríquez
Jenny Henríquez
10 diciembre, 2025 - 8:32 AM
7 minutos de lectura
Jenny Henríquez
La narración
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Los medios han contado lo esencial: una niña de once años murió ahogada durante un paseo escolar; la investigación sigue abierta; el colegio guarda silencio; la familia espera respuestas.

Eso es lo que cabe en un titular.

Pero hay una parte que no aparece en ninguna noticia: la humana, la que solo puede comprenderse desde la mirada de una madre que ha perdido lo más irremplazable.

Nadie narra lo que significa entregar a una hija por la mañana, peinarle el cabello, ajustarle el uniforme, recordar la merienda y despedirse con esa confianza básica —y tan frágil— de que regresará.

Nadie escribe lo que se siente cuando esa confianza se rompe sin aviso.

En ninguna nota se describe la llamada que trastoca la vida, el silencio que pesa, el desconcierto que no cabe en ninguna frase.

No se cuenta la forma en que el tiempo se detiene, cómo lo cotidiano pierde su orden, cómo una madre intenta sostenerse cuando el mundo deja de responderle.

Los periódicos informan que “hubo fallas en la supervisión”.

Pero no pueden describir lo que significa saber que tu hija no recibió el cuidado que merecía.

No pueden traducir la angustia de una madre que entregó a su niña sana y la recibe envuelta en preguntas, en vacío, en un dolor que no se puede nombrar del todo.

La justicia hará lo que le corresponde.

Pero lo que está viviendo esa madre va más allá de cualquier trámite, de cualquier documento, de cualquier versión oficial. Es un duelo que no se mide en días ni en titulares. Es un dolor que no entiende de plazos.

Ella no pide algo extraordinario: pide entender.

Pide que alguien le explique qué ocurrió realmente.

Pide que el silencio no se convierta en olvido.

Pide, en el fondo, que su niña no se reduzca a un expediente.

Como sociedad, nos toca reconocer que hay historias que necesitan más que investigaciones; necesitan humanidad, necesitan respeto, necesitan que no apartemos la mirada.

Hoy, el país piensa en Stephora.

Y al pensar en ella, pensamos en su madre: en su espera, en su agotamiento emocional, en el peso que cargan sus manos vacías, en ese dolor silencioso que nadie puede medir pero que todos deberíamos saber acompañar con compasión.

Que su nombre no quede guardado solo en una carpeta.

Que la memoria de Stephora nos recuerde que ninguna madre debería despedir a su hija en la mañana y no volver a verla.

Porque lo humano, eso que no se imprime, no se titula y no se cita, también importa.

A veces, importa más.

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