Un video viral grabado en un aula —con pupitres como escenografía y pizarras como telón de fondo— expone a ritmo vulgar lo que algunos jóvenes ya consumen como normalidad. No es música: es un manifiesto crudo de lo que se aprende cuando la escuela deja de ser templo del saber y se convierte en escenario del morbo. Lo último que faltaba: un salón de clases transformado en set musical para una lírica que proclama sin rubor: “Cuando yo estaba en la escuela no me gustaba estudiar, cuando yo estaba en la escuela me gustaba m&mar…” No hay metáfora ni doble sentido; es literalidad vulgar, una lección invertida donde estudiar es irrelevante y la indisciplina, motivo de orgullo.
La pregunta que nos acecha no es si este contenido es ofensivo, sino si la provocación basta para explicar el fenómeno, o si, en verdad, estamos frente a un espejo amplificado de lo que nuestros jóvenes ya viven y valoran.
Considerar este acto solo una rebeldía superficial sería simplificar peligrosamente la realidad. Si bien la búsqueda de escándalo y viralidad es el motor inmediato, la provocación es, ante todo, una estrategia deliberada. En la era digital, la obscenidad y la transgresión de los símbolos sagrados son atajos probados para la viralidad inmediata. El objetivo de estos creadores no es educar, sino generar clics, shares y, con ello, capitalizar una fama efímera. Al subvertir el espacio de la enseñanza, garantizan una reacción intensa, polarizando a la audiencia entre la indignación y la celebración.
Sin embargo, el éxito y la resonancia de este contenido indican que el video no solo provoca, sino que refleja realidades ya internalizadas. Nosotros lo nombramos "el flow del descaro", un currículo implícito que se imparte a diario en el ecosistema digital y que la institución educativa, a menudo, no logra contrarrestar.
El mensaje central del video —que estudiar es irrelevante y el placer inmediato es lo que vale— resuena porque se alinea con una sensación de desconexión con el sistema educativo tradicional. Para una parte de la juventud, la meritocracia académica y el esfuerzo sostenido han sido desplazados por el "mérito viral", donde la exposición instantánea y la atención pública valen más que un título a largo plazo. La escuela deja de ser vista como una escalera de movilidad y se percibe como una estructura rígida, ajena a sus aspiraciones inmediatas.
El uso de una lírica literal y vulgar es una manifestación directa de la normalización de ese lenguaje en ciertos espacios sociales. Al llevarlo al aula, simplemente recontextualizan su lenguaje cotidiano en el escenario que les resulta más transgresor, no para sorprenderse a sí mismos, sino para chocar al adulto. Esto evidencia un quiebre en los códigos de decoro, donde la autenticidad se confunde con la obscenidad sin filtro.
El Triunfo del Modelo Bandura Invertido
La clave está en el aprendizaje por imitación de Albert Bandura. Si los modelos de éxito social y económico que se promueven en las redes son influencers cuya principal habilidad es la desfachatez y la viralidad sin contenido, es lógico que el "alumno" imite a la estrella y no al "maestro que lucha contra un currículo". El aula en el video se convierte en un backstage que valida la nueva métrica de éxito: la fama efímera es el nuevo éxito académico.
En definitiva, la provocación es el disparador del video, pero el espejo social es lo que explica su poder de réplica. Este material no crea un problema nuevo, sino que lo expone al usar el aula como una caja de resonancia. La verdadera tragedia es que el video logra capturar, de forma cruda, el vacío de referentes y el declive de la autoridad institucional que ya está ocurriendo en el ánimo de algunos jóvenes. El problema es el video, pero el trasfondo es la desmoralización del saber.
La pregunta ineludible es: si la escuela es solo un telón de fondo para el descaro, ¿qué haremos para reconsagrarla como el verdadero templo de las aspiraciones y el conocimiento?