Más allá de su función vital como órgano, el corazón se ha convertido en uno de los símbolos más reconocibles del mundo. La figura estilizada que hoy asociamos con el amor, la amistad y la vida misma tiene una larga historia que combina tradiciones culturales, religiosas y artísticas.
El diseño en forma de “corazón” que conocemos no representa fielmente la anatomía real. Sus orígenes son objeto de debate: algunos historiadores lo vinculan con la hoja de hiedra o de higuera, asociadas en la antigüedad a la fertilidad y al amor.

Otros lo relacionan con la forma del sílfio, una planta usada como afrodisíaco en la antigua Cirene (hoy Libia).
Una tercera teoría plantea que esta silueta podría provenir de la representación esquemática de dos corazones humanos reales, superpuestos. Al unirse por el centro, sus cavidades superiores y sus puntas inferiores formarían el contorno simétrico que hoy identificamos como el símbolo del corazón.

En la Edad Media, el corazón comenzó a representarse en manuscritos iluminados y pinturas como emblema del amor cortés. Hacia el siglo XIV ya aparecía en cartas y obras religiosas, ligado tanto al amor divino como al humano.
Con el paso del tiempo, el corazón rojo se consolidó como ícono romántico, especialmente desde el Renacimiento. Posteriormente, en la cultura popular y digital, el emoji ❤️ y las representaciones gráficas multiplicaron su uso, hasta convertirlo en un lenguaje visual global.
El corazón simboliza amor, vida, pasión, amistad, compasión y solidaridad. Su fuerza radica en la simplicidad: con solo dos curvas y una punta, expresa emociones complejas y universales.
No es casualidad que se use en campañas de salud, como el Día Mundial del Corazón, en mensajes de afecto y en expresiones culturales de todas partes del mundo. El corazón es, sin duda, el símbolo que late en todas las culturas y generaciones.