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El 24 de diciembre aún tiene algo bueno que decirnos

Jenny Henríquez
Jenny Henríquez
24 diciembre, 2025 - 1:52 PM
3 minutos de lectura

El 24 de diciembre no es una noche mágica. Es una noche frágil. Y por eso importa. Llega al final de un año cansado, con personas agotadas, con familias que cargan silencios, con un país golpeado por hechos que han dejado indignación, desconfianza y dolor. Casos que hieren la fe pública, escándalos que exponen la fragilidad de nuestras instituciones, carencias que pesan en la mesa diaria, escasez que obliga a elegir entre lo necesario y lo urgente. Nada de eso desaparece porque sea Nochebuena. Todo eso llega con nosotros. Y aun así, esta noche se nos ofrece como una oportunidad.

Jesús no nació en un escenario perfecto. No llegó cuando todo estaba resuelto. Nació en la precariedad, en la falta de espacio, en el margen. No eligió el poder ni la comodidad; eligió la cercanía. No se manifestó desde la altura, sino desde la hondura de lo humano. Por eso su nacimiento no evade la realidad: la ilumina.

Que esta noche, pese a todo lo ocurrido en nuestro país, la indignación por lo mal hecho, la angustia por lo que falta, la incertidumbre que provoca la escasez, Jesús vuelva a nacer en nuestros corazones. No solo hoy, sino para todos los años venideros. No como consuelo superficial, sino como conciencia viva. Como llamado a la justicia, a la honestidad, a la responsabilidad compartida.

Que podamos abrazar con amor a nuestros seres queridos, entendiendo que el abrazo no es un gesto menor: es refugio, es reconciliación, es resistencia silenciosa frente a un mundo que endurece. En tiempos donde tanto se rompe, abrazar es afirmar la vida.

En lo personal, doy gracias a Dios por el privilegio inmenso de poder abrazar esta noche a mis padres, a mis hijos, a mi esposo y a mi familia. No como una certeza garantizada, sino como un regalo que se honra y se cuida. Porque no siempre se puede. Porque no siempre se está. Y porque amar, cuando se puede, también es una forma de fe.

Que esta noche nos encuentre menos ocupados en aparentar y más dispuestos a sentir. Que el corazón tenga más espacio que el ego. Que la compasión pese más que el orgullo. Y que, si algo hemos de recuperar como personas y como país, sea la capacidad de mirarnos con humanidad, incluso, y sobre todo, cuando la realidad duele.

Eso, y nada menos que eso, es lo que el 24 de diciembre aún significa.

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