El sábado pasado comenté a un compañero sacerdote, después de la ceremonia en la que quedó erigida la nueva Diócesis Stela Maris y consagrado su primer Obispo, Mons. Manuel Antonio Ruiz de la Rosa, que mi preocupación era que se desatara una guerra fratricida por el tema de los últimos movimientos en la cúpula de la Iglesia Dominicana y los demás movimientos que se mencionan que faltarían por hacer.
En realidad, lo que ahora ha explotado era un asunto que se veía venir. Porque son de esas típicas guerras silenciosas de corrillos de curas y comentarios de sacristías.
El problema como tal, no es en sí el asunto de mal manejo económico por el que le han suspendido la potestad de gobierno y de funciones a Mons. Francisco Ozoria. Eso está por establecerse y tendrá que determinarlo una auditoría forense que compruebe y calcule metro a metro y recibo a recibo la gestión de Mons. Ozoria en una serie de obras y proyectos emprendidos por este durante su gobierno pastoral.
Esta crisis de la Iglesia Católica en República Dominicana que desde ayer ha explotado por la filtración de una carta de Mons. Francisco Ozoria, al parecer dirigida a ciertos círculos, cito: “a todos mis hermanos y amigos, a quienes quiero y me quieren sinceramente”, es el resultado final de luchas internas entre hombres de iglesia que se rebaten, muchas veces, entre el creerse merecedores de puestos, cargos, dignidades… y otros, que queriendo la obra de Dios y haciendo su trabajo con empeño misionero, austeridad de vida y sinceridad de entrega, no menos cierto, pecan de ingenuos y quizás no saben rodearse de gentes que hagan las cosas diligentemente como corresponde. No faltan, probablemente, algunos que se cuelan con otras intenciones, fruto de omisiones culposas.
Pero a lo que vamos. Este pleito’e’perro desatado en la casa de Dios [para titularlo de algún modo], es un enfrentamiento que viene cocinándose lentamente desde 2010, cuando llegó un nombramiento cuasi impuesto y contra el parecer de la gran mayoría de los miembros de la conferencia de los obispos. Porque al fin y al cabo, en cierto modo, se iba pergeñando la sucesión del solideo color púrpura escarlata.
Es bien sabido en los círculos eclesiales, que cayó como una pedrada o trago muy amargo, el nombramiento de Mons. Ozoria como Arzobispo de Santo Domingo. Porque algunos sucesores se consideraban a sí mismos cuasi como predestinados y con derechos de abolengo. Lo digo en plural, porque quien representaba esos intereses, nombre que todos pueden adivinar, no estaba solo. Sino que representaba los presuntos derechos de marras de un clero que en su mayoría entendía que el incumbente debía salir de sus filas. En realidad, como muchas decisiones en la Iglesia Católica, acontecen con movimientos de última hora que dejan a muchos viendo nimitas. Hay papeletas que se pueden caer, ya sea por un asunto de indiscreción o por demasiado sazón.
Si a eso le agregamos que de pronto se puso en marcha el Promoveatur ut Removeatur, dispersando los generales de más rango a otros territorios, y dejando a otros prominentes, en franco anonimato, era como para el ahora Arzobispo solo con el título [sic] haber estado más alerta y haber puesto atención a los dos temas más peligrosos que definen con facilidad el finiquito de un Obispo, que son: el mal manejo de abusos sexuales presentes o pasados y el mal manejo económico. Para que tengamos una idea, el Papa Benedicto XVI en apenas 8 años de pontificado llegó a defenestrar 78 obispos por estos dos temas.
Finalmente, para no alargar. Con la nueva decisión hay que decirlo claro, tampoco el clero arquidiocesano de Santo Domingo está contento. Aunque un poco más aliviado, porque no cuajó el otro candidato que estaba cantado. El mismo lunes de la toma de posesión del nuevo Arzobispo Coadjutor, Mons. Carlos Tomás Morel Diplán, los comentarios sonaban con la queja de que “el Cibao sigue dominando y controlando la Iglesia Católica en República Dominicana”.
Desde los mangos hasta los toros de la virgen, esta contienda seguirá tensionando a la Iglesia Católica en República Dominicana y dividirá más a la Conferencia del Episcopado, que por la debilidad que ha mostrado desde hace ya buen tiempo [porque cada quien ha querido poner a sus pupilos], ha facilitado que se erijan faraones, que aunque temporales, se entienden con poder hasta para pasar por arriba de las normativas internas de la misma Conferencia.
El que siembra vientos cosecha tempestades.
¡Volveré!