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Cuando el dinero vale más que la vida

Porque cuando el dinero pesa más que la vida, el sistema de salud deja de ser humano. Y una clínica que olvida eso, deja de ser un refugio para convertirse en un negocio con batas blancas.

Greidy Ponciano
Greidy Ponciano
14 octubre, 2025 - 3:20 PM
5 minutos de lectura
Enfermera cuida a paciente en hospital.
Prioridades Económicas
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Qué lamentable resulta comprobar que, en ciertos centros médicos, el dinero ha desplazado a la salud como prioridad. Aquellos espacios que alguna vez fueron símbolo de esperanza y alivio, hoy parecen transformarse en negocios donde el bienestar humano ha quedado relegado a un segundo plano.

Recientemente viví en carne propia esta realidad. Mi madre estuvo ingresada en una conocida clínica ubicada en la carretera Mella. Lo que allí observé fue desolador: una evidente reducción de personal que sobrecarga a los pocos enfermeros y enfermeras que quedan, quienes, aunque muestran disposición y vocación, no pueden multiplicarse para atender a tantos pacientes al mismo tiempo.

El problema no es la falta de compromiso del personal médico, sino la indiferencia de quienes dirigen el lugar. Todo apunta, al parecer, a una decisión administrativa que prioriza pagar menos nómina, aunque eso signifique ofrecer un servicio deficiente.

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En más de una ocasión, mi madre necesitó atención urgente por una neumonía severa, sin embargo, por la falta de personal, estuvo al borde de morir asfixiada. La enfermera de turno hizo lo imposible, pero era la única disponible, y el doctor de planta estaba, al parecer, ocupado atendiendo a otro paciente. Esa desesperante espera pudo costarle la vida.

No es justo. No es justo para los pacientes ni para los profesionales de la salud que cargan con el peso de decisiones que no tomaron. La lentitud en los servicios no es por negligencia del personal, sino por una estructura que los limita y los expone.

Esa clínica no siempre fue así. Desde niña recuerdo que mis padres confiaban plenamente en sus servicios. Las atenciones eran humanas, rápidas y de calidad. Hoy, en cambio, el trato parece medido en dinero y no en empatía.

Gracias a Dios aún existen enfermeras que, pese al agotamiento, se esfuerzan por brindar consuelo y atención. Pero la voluntad no basta cuando faltan manos. Un paciente no es una cifra, ni un gasto, ni una estadística. Es una vida. Y cada vida que se pierde por recortes irresponsables representa un vacío irreparable para una familia.

Quizás alguien intente justificar estos recortes con el argumento de que “hay menos pacientes, por ende menos dinero”. Pero quienes conocemos esa clínica sabemos que está llena y que las tarifas no son precisamente bajas. No es falta de recursos, es falta de sensibilidad. Y eso, más que decepcionante, duele profundamente.

Porque cuando el dinero pesa más que la vida, el sistema de salud deja de ser humano. Y una clínica que olvida eso, deja de ser un refugio para convertirse en un negocio con batas blancas.

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