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Cronicanto a la violencia

Pablo McKinney
Pablo McKinney
26 febrero, 2025 - 4:20 PM
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Cronicanto a la violencia
Sociedad Dominicana
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Hasta hace muy poco, la paz era un bien valioso de la sociedad dominicana. Los dominicanos, que en los ochenta caminábamos nerviosos por las calles de Bogotá, e inseguros hemos recorrido los barrios calientes de San Juan, los recovecos de miedo de Madrid o Barcelona, las "Esquinas Son" del Sur del Bronx, siempre recordábamos con satisfacción la relativa paz de la sociedad dominicana.


Éramos pobres, pero en paz. Un “moridero de pobres", pero en relativa tranquilidad, con dominó, pote romo, mujer buena y boleros malditos. Pero pasaron los años y con ellos el abismo entre pobres y ricos creció.

Ahora, nuestros pobres y ricos lo son ya de bochorno, cada uno en su extremo. En los años 60, rico era quien podía exhibir un carro en la marquesina, dormía en aire acondicionado y viajaba a NY.


Los pobres carecían de casi todo, menos de convivencia y vecindad; la escuelita estaba a tres kilómetros, pero vivían su pobreza con dignidad, ¡ay! que una cosa es ser pobre y otra es ser sucio, como una cosa es ser limpio y otra cosa es ser pulcro.


Pero pasaron los años, los controles sociales fueron desapareciendo, los religiosos fueron perdiendo autoridad moral ante sus feligreses, el respeto hacia el maestro se fue desvaneciendo, vino la emigración del campo a la ciudad, y la sociedad dominicana comenzó a perder los elementos que le cohesionaban, en escuelas y liceos de pueblos, donde ricos y pobres compartían aulas, maestros, costumbres, valores y hasta amores.


Los fracasos y las frustraciones políticas se multiplicaron, el prestigio de ser honrado se fue perdiendo, la palabra empeñada comenzó a devaluarse más que el peso, y así, de repente, en el país se instaló, burlona, la filosofía del “Sálvese Quien Pueda”.


Después de años de intentos fallidos y traiciones todas, hemos convencido al pueblo llanode que el único pecado sin perdón es la pobreza, y así nos va. La desigualdad social nos están devorando.
Hoy, menos pobres que nunca, el país es un moridero de violentos con cuchillo o pistola en mano. El desafío que todo esto representa para las élites y las autoridades, desde la Presidencia hasta el ministerio del Interior, es inmenso.

Ojalá y nadie frene los ímpetus y la férrea voluntad de Faride Raful de imponer el orden y la paz desde la legalidad y el respeto a los ciudadanos. Manos a la obra.

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