La visita oficial del rey Carlos III y la reina Camila a Canadá concluyó este martes con un fuerte simbolismo político, en medio de tensiones diplomáticas marcadas por recientes declaraciones del presidente estadounidense Donald Trump, quien ha insinuado su interés en anexar Canadá como el 51.º estado de EE. UU.
Durante los dos días de estancia, la monarquía británica recibió el respaldo de la mayoría de los sectores canadienses, incluidos líderes indígenas y políticos federales, quienes destacaron la importancia de preservar la soberanía y el sistema constitucional actual.
Uno de los momentos más significativos fue el Discurso del Trono pronunciado por Carlos III en el Senado canadiense, un acto de alto valor simbólico que solo ha ocurrido en tres ocasiones en la historia del país.
El único sector que se opuso abiertamente a la visita fue el Bloque Quebequés (BQ), cuyos 22 diputados boicotearon la ceremonia y anunciaron la presentación de un proyecto de ley para eliminar la obligación de jurar lealtad al monarca británico.
A pesar de esas voces disidentes, la visita fue bien recibida por gran parte de la ciudadanía, incluso entre quienes no se consideran monárquicos, como un gesto de afirmación de la identidad y autonomía canadiense.
El mensaje implícito al gobierno estadounidense fue claro: Canadá tiene su propio jefe de Estado y no está dispuesto a renunciar a su soberanía ante las amenazas expansionistas de Trump, que han incluido menciones al uso de la “fuerza económica”.
La visita de los reyes se percibió como una respuesta diplomática a esas presiones, reafirmando la continuidad del sistema parlamentario canadiense bajo la figura de la monarquía constitucional.